¡HOLA CHICOS! ¡HOLA FAMILIAS!
(En el día de hoy sólo practicaremos lectura en casa. La próxima clase subiré algunas preguntas del cuento💋🏠)
(Escribo en el cuaderno de clases 3cosas)
1.HORA DEL CUENTO
2. LEO EL CUENTO :LA ESTRELLA DEL FÚTBOL, de Ricardo Mariño
3.ILUSTRO AL PROTAGONISTA.
LA ESTRELLA DE FÚTBOL
De chico fui muy malo jugando al fútbol: en lugar de la pelota, pateaba los tobillos; a veces festejaba un gol de los adversarios o perseguía al referí pensando que era un adversario.
Pese a todo, un día los chicos vinieron a buscarme, nuestro equipo debía enfrentar al barrio “El chorizo”, un equipo de chicos gordos, alimentados con toneladas de carne, porque eran hijos de trabajadores de un frigorífico.
Nuestro barrio, en cambio, era débil y propenso a la gripe.
Nuestros padres trabajaban en el molino harinero, y nosotros vivíamos comiendo fideos.
El día del partido, había tres de los nuestros con fiebre. Por eso vinieron a buscarme.
Cuando faltaban cinco minutos, el partido seguía cero a cero.
Habíamos pasado todo el tiempo metidos en nuestro arco, haciendo rebotar en nuestras cabezas, rodillas y colas los terribles pelotazos que tiraban los adversarios. Yo no había logrado tocar la pelota con los pies, pero sí impedí tres goles: uno con la espalda, otro con la oreja y otro con la nariz.
“¡Troncoso ya nos salvó de tres goles –gritó un chico-. Vieron que había que traerlo!” Cuando estaba por terminar el partido, hubo un córner para nosotros. Mi abuelo, que hacía de referí, me dijo: “Andá a cabecear, Carlitos, que después del córner lo termino”.
Fui. Vi que la pelota venía en el aire y, con los ojos cerrados, corrí hacia ella.
Hacia el mismo objetivo iba todo el mundo. Varias cabezas chocaron, cuatro jugadores cayeron al suelo y, en medio del lío, sentí que algo duro estallaba contra mi mejilla derecha.
Cuando desperté, me di cuenta de que mis compañeros me llevaban en andas y gritaban “goool”. Mi abuelo saltaba sobre su reloj y gritaba: “¡Terminó! ¡Terminó!”.
Aquel día gané para siempre el respeto de todo el barrio.
Desde entonces, cada vez que pasaba por el almacén, el dueño me gritaba “¡Grande, Troncoso!”, y el kiosquero cada tanto me regalaba una gaseosa sólo para que yo volviera a contar cómo había sido el gol.
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